-¿Siempre nos quedara París, verdad?¿ y al luna, y las estrellas. Incluso el sol.?
¿Siempre nos quedarán nuestras manos?¿los pulmones para inhalar poco a poco, las costillas irrompibles hasta con abrazos de esos tan fuertes.?Daniel miró a los ojos a Paulette, muy al fondo vio esa lágrima que andaba trepando hasta la superficie. Siempre lloraba cuando algo le salía de corazón o le llegaba a él. Era una niña abandonada, una muñeca rota, un reloj sin cuerda, por eso lloraba con las cosas pequeñas, con las palabras o con los silencios. Siempre tuvo miedo a que las personas desapareciesen.
- Si, si pequeña Promesa, siempre nos quedaremos el uno al otro, incluso cuando el universo deje de ser universo. ¿Entiendes?
Y en medio de esos pensamientos que le hacían trizas los huesos Paulette sonrío fuerte, tan fuerte que le hizo daño, se sentó de un saltito en la cama y se hizo un ovillo bien apretujado.Luego entendió que si, que por mucho que pasará él y ella no dejarían nunca de ser un nosotros. Fue la primera vez que se le escapo esa realidad de las manos y se puso a volar.
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